lunes, 23 de enero de 2012

POLVORÓN FELIPE II

POLVORÓN FELIPE II
APLASTANDO A UN REY
Dicen que fue homenaje lo del nombre. Pero verte estrangulado y aplastado, a veces con saña, para después ser devorado, no debe de ser plato de buen gusto. Salvo si se es polvorón y monarca. No haré chistes de dobles sentidos por aquello de que, hablando de reyes, el polvorón solo tiene un sentido. Y los reyes también. Así que abandonemos el cotilleo, para pasar a la sustancia. La que llena la boca de esplendor sin necesidad de ser cuantiosa. Un bocado basta para entender la magia. Esa que lleva harina, manteca, azúcar y almendra. La que se envuelve en fino papel, a base de doble trenza y se aprieta con la palma, para darle consistencia. Quizá de ahí le venga el nombre. Al fin y al cabo, Felipe II, era conocido como “el Prudente”. Y prudencia hace falta para comer un polvorón. No sea que la cosa se rompa y acabe por los suelos o en la solapa. Fina metáfora la de este dulce, que no deja de ser como un imperio. Una frágil unión que, por mucho que aprietes, siempre se rompe.
Jon Uriarte y Tomás Ondarra

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