De José Antonio a la Otxoa, hay la misma distancia que del río a la ría. Su apellido empieza con “N” de Nervión. De ahí que el cambio de género sea en ellos tan natural como fluvial. Depende de cómo vengan las aguas y de la hora del día. Algo que no gustó en tiempos pretéritos, a las mentes obtusas de manos rectas. Como sería la cosa antaño, que acabó en comisaría. Solo por ser diferente. Por buscar liberación, entre tanta opresión. Tamaña injusticia, le animó a tirar de sarcasmo e ironía. La Otxoa es a Nielfa, lo que Marleen es a Marlene. La mitad más famosa. La más nocturna y peligrosa. Pero una, no puede entenderse sin la otra. Ni Bilbao, sin ambas. Ella ha puesto himno a todo lo que somos y a lo que negaremos que alguna vez fuimos. Y él, José Antonio, la mantiene como una reina. No es cosa fácil. De ahí sus negocios y sus constantes sudores. Como todo buen amante, sabe que no hay amor más grande que el amor sincero. Cueste lo que cueste. Por eso la Otxoa se quiere. Porque se sabe irrepetible. Al fin y al cabo, siempre tiró del amor de los amores. Del amor propio. La Otxoa es el último juglar de Bilbao. Lo reconoceréis fácilmente. Va vestido de mujer y un hombre es su guía.
Tomás Ondarra y Jon Uriarte
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