Tiene aspecto de caramelo. De Toffe para ser precisos. O de Toffee, puestos a ser puntillosos. Pero no le hinquen el diente. Es un consejo. Yo lo hice y aun me arrepiento. Porque el Chimbo no es jabón. Es “el Jabón”. El que ha frotado cuerpos y cabezas de varias generaciones. Daba igual que fueran ricos, clases medias o pobres. Nunca hizo distinciones. Lo suyo era rascar mugre, hasta dejarnos brillantes. Lograrlo no era fácil. Y por eso nos quejábamos los infantes.-Ay, vale, valeeeee!-protestaba el niño.-¡Si es que no sé dónde has metido estas rodillas!-argumentaba y criticaba la madre. Pero el jabón seguía a lo suyo. Sin inmutarse. Sin desgastarse. Conozco pastillas de Chimbo, que han vivido más años que muchas personas. Adquiriendo formas caprichosas. Desgastadas por los lados. Modeladas por el uso y el tiempo. Pero ahí siguen. Impertérritas. Dispuestas a seguir limpiando, allá donde les dejen. Incluso, si se tercia, pueden llegar a ser receta. Por ejemplo, para el acné y el grano traidor adolescente. Lo sabemos, certifico, algunos y algunas por experiencia. Le debemos triunfales citas por lograr buena presencia. Frota duro el Chimbo, eso es cierto. Pero, frota siempre con cariño.
Tomás Ondarra y Jon Uriarte
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