Si uno de Bilbao puede nacer donde le da la gana, que es discutible, en Bilbao podrá renacer quien le dé la gana, que se antoja más factible. Además, es lo justo. Y eso vale para personas, animales o cosas. Sean éstas últimas, objetos decorativos, complementos o alimentos. Basta con que entiendan dónde están. Tuvo el pincho moruno ese tino, para cambiar la “che” por la “txe”, al final del camino. Un recorrido que inició en la Melilla de Iturribide, para terminar, allí está aún, en el Iruña del Ensanche. Hamed es el padre, la madre y el espíritu de este producto singular. Porque es probar uno, y necesitar comer un par. Que dos siempre es buen número. Hasta para los pintxos. En el caso de los morunos, a Tomás le recuerdan a su infancia. A un servidor, a la fiesta. Fuera picante o no picante. Y me refiero tanto al bocado, como a la noche. En ambos casos, acompañado de trago largo y refrescante. Que no es cosa buena llenar la tripa sin mojar bien el gaznate. Y luego dirán algunos que no es un planeta Bilbao. Cómo no lo va a ser si, en un solo pintxo, lleva un continente “incorporao”.
Tomás Ondarra y Jon Uriarte
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