miércoles, 21 de diciembre de 2011

FOSTERITOS

FOSTERITOS
CARACOLAS EN LA VILLA
No solo es público que el Metro de Bilbao es Metro y medio. Eso es sabido hasta en la China. Además, es Taxi. No ésta la sentencia de un servidor. Sino de un parisino que, hasta el día en que lo conoció, creía que el suyo era señorial. Díganme ustedes si conocen un tren bajo tierra, más limpio, fino y coqueto. Hace un mes, no más, una pareja de ingleses me preguntaron, intrigados, “cuándo abrían”. Inaugurarlo, me refiero. Al responderles que ya lo hicieron en el pasado siglo y que desde entonces va creciendo, me miraron sorprendidos. “Muy limpio para ser suburbano”, pensarían aquellos Ropper, aparentemente, bien avenidos. Sobre todo, para haber arrancado en el 98. Echen cuentas. Parece raro. Pero es lo que hay. Que tendrá lo suyo el Metro, no lo niego, pero recorran mundo y juzguen luego. Y ya de paso, fíjense en sus bocas. A ver si son como las nuestras. Tan elegantes, finas y generosas. Lo dudo mucho. Porque, además de puertas, las bilbainas son caracolas con valor de monumento. Su nombre, es la del apellido que le dio vida. De Foster, Fosterito. Por eso, no son unas bocas cualquiera. Si entran por una de ellas, no solo oirán el tren. Podrán también sentir el mar. Al fin y al cabo, es lo que ofrece una caracola, cuando nos acercamos a escuchar.
Jon Uriarte y Tomás Ondarra

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