Hubo famosas nodrizas en el pasado siglo. Bilbao las tuvo a porrillo. Y bien cotizadas, por cierto. Pero ninguna tenía un pecho como ésta. De cristal. Así era el de la famosa nodriza de Castrejana. Dos en una. Fábrica y teta. Treinta centímetros de mama y dos y medio de pezón. Confieso que a veces, cuando nadie miraba, algunos acercábamos el morro y le dábamos un tiento. Añadiré, que conozco a quien vaciaba un par de sobres de azúcar en la botella, para darle dulzura y suavizarla. Y, de paso, añadirle simpatía. Cuando los mayores se enteraban del desaguisado, la chavalería corría. Se trataba de salvar trasero. Pero los riesgos, y hasta los castigos, merecían después la pena. Porque uno se acostumbra rápido a lo bueno. Y al aceptar una leche, al resto las desprecia. O, al menos, no las tolera. Normal. Recordemos que, sea de teta o de ubre, la leche siempre es materna. Por eso el niño del dibujo le hablaba a la vaca a la oreja. Para que diera más leche. Para que fuera bien fresca.
Jon Uriarte y Tomás Ondarra
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