Tienen algo de zapateros los boteros. O tenían. Porque ya no están. Se fueron. O “les fueron”. Lo digo, porque daban forma al cuero para hacerlo viajero. El destino era lo de menos, si llevabas bota y vino como compañeros de camino. Podía ser el Pagasarri, el Serantes, Artxanda o el Gorbea. Que una cima sin trago, nunca es triunfo sino amago. Además, su piel es de cabra y ya sabemos a dónde tira la condenada. Pero la bota de Bilbao, tenía otro conocido vicio. Y era rojiblanco. Si no me creen, echen un vistazo a la fotografía que acompaña a estas líneas. Mientras aguardan colgadas a un futuro dueño, se acompañan de dos posters de aquél Athletic de ensueño. El de las ligas y las copas. Porque una copa sin bota será copa, pero sabe a poco. A gloria sosa. Pena que, la imagen, sea hoy pasado. Que ya no estén los boteros, ni aquellos grandes peloteros. Si tiene usted una, no la guarde como tesoro. Ni aunque esté llena de vino. Porque una bota es una bota. Y siempre se pondrán el mundo por montera. Que se lo digan a las de Bilbao, que son de siete leguas y tienen alma viajera.
Jon Uriarte y Tomás Ondarra
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