VASO DE VINO
EL CÁLIZ DE LOS TXIKITEROS
Tan macizo, como engañoso. Tan singular, como popular. Así era, alguno queda, nuestro famoso vaso de vino. Y digo nuestro, porque carajo importa dónde nació o quién lo creó. Lo que vale, es dónde reinó. Y lo hizo, ahora menos, en los bares y tabernas de ese cráter siempre despierto, hasta cuando duerme, llamado Bilbao. A diferencia de otros cálices, este nunca se acompañó de alimento sólido. Ni un triste mendrugo de pan. Ni una miga. De primero vino, de segundo vino y de postre, vino. El menú del txikitero. Llevaba, eso sí, banda sonora. La de las bilbainadas. Cantadas cerradas, pero abiertas al mundo. Y mucha historia. La de los “susedidos botxeros”. Servía para brindar por todo y por nada. Decían los críticos, que era mucho cristal para tan poco espacio. Qué sabrán ellos. Lo suyo era arraigo y punto. De ahí la gran base. La justa y necesaria, para asentarse en esa tierra inquieta llamada barra. Y de paso, ayudar al tasquero en las cuentas. Poco vino, pero lucido. Ofreciendo un trago noble. Rotundo. Solitario. Como mucho dos, para el principiante o para quienes andan desentrenados. Después, un golpe con el culo en la barra y a por otro bar. A por otro cáliz. A por otra ronda.
Tomás Ondarra y Jon Uriarte
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