PASTEL DE ARROZ
PASTEL MENTIROSO
Nunca nos quedó claro qué llevaba Caperucita en la cesta, ni por qué el lobo la quería. Para mí, que era un pastel de arroz. Tamaño cuento, añado. Con su moraleja y su todo. Porque lo de este dulce es digno de reflexión. No sé si saben, que necesita un día completo para nacer. Con su mañana, su tarde, su noche y su amanecer. En ese tiempo, crece un centímetro. De seis pasa a siete. Y alcanza su esplendor. Como sus hermanos “el ruso”, “la carolina” y “el bollo de mantequilla”, su poder muere más allá de Altube. A veces, traspasa la línea. Pero poco. No sea que le cojan cariño y no pueda regresar algún día. Al fin y al cabo, sabe que es único. Tanto, que puede triunfar sin ayuda de otros. Solo ante el peligro. O ante la gula. Porque este pastel no se come por hambre. Que lo sacia. Sino por placer. Que lo asegura. De ahí que el lobo lo desee y Caperucita lo proteja. Morderlo proporciona tal cúmulo de sensaciones, que no hace falta nada más. Quizá un sorbito de café con leche. Pero por tragar, que no por necesidad. Aun así, no hace ascos a formar en caja junto a otros. Un pastel con forma de cesta y sabor a fábula. Al fin y al cabo, lleva cuento. Y, además de moraleja, sabrosa mentirijilla. Pero se le perdona. Porque no llevará arroz, pero lleva patria.
Tomás Ondarra y Jon Uriarte
Que bonito y cierto me encanta es mi pastel favorito lo comeria ha todas horas yo tampoco se lo dejaria al lobo
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