A poca gente le sobra el apellido y le basta con el nombre, para ser reconocible. Y aun menos para que, al escucharlo en boca de alguien, sepas que hablan de un grande. Alejando fue uno de ellos. Taurino de afición, hasta de luces se vistió en su día. Fue en el Ercilla y sin toro ni respetable. Pero ahí estuvo, templando ante imaginado morlaco. No en vano, llevaba hasta en su seudónimo, aire de torero. “El niño de la prensa”. Como seguidor de raza de su Athletic, acudía al campo provisto de transistor. Para acompañar así, a lo que allí se veía, con el sonido que el futbol visto desde fuera tenía. Porque Alejandro, dio más importancia a lo contado que a lo visto. Que lo que ven los ojos, a veces, pasa. Pero lo que la boca grita, si lo hace bien, se queda. Por eso voceaba titulares y números. Tanto por calles, como por plazas. Fuera para vender periódicos o décimos de lotería. Para contar noticias sin ser licenciado o repartir suerte sin ser afortunado. O quizá fuera al revés. Porque nunca hubo mejor periodista, ni hombre con más suerte. Poca gente puede decir, “a nadie debo nada, porque nada tuve en la vida. Me limité a vivir cincuenta años, como pude la mía”. Grande fue Alejandro. Y Magno, también. Tanto, que conquistó el mapamundi. Sin necesidad de pelear por los cinco continentes. Le bastó con tirar de gracia, manejar verbo y utilizar su mejor arma: El “don de gentes”.
Tomás Ondarra y Jon Uriarte
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